Qué pedazo de lugar, parecía l’Atlantis. Jailux, cascos y containers saturaban la parte superior del embudo-vórtice que bajaba escotando la montaña. Allí, vetas desgarran faz y paz d’esa naturaleza. Caro costo pa’nuestra tierra es creer en el vil engaño del progreso.
Pasaron 3 jornadas de su primer día allí.
Un ingeniero le indicó que tenía que arreglar una’hélice qu’estaban a cinco metros. Lo subieron en polea. Pendía de unos cables de puro acero. Llegando hasta arriba se empezó a rajar el arnés: locura invadía a José, contemplandosé caer al vacío. Parecía que pronto su cuerpo rodaría resquebrajado. Qué híbrido el momento de gritar “¡Me caigo!”.
Pasaron 3 jornadas de su primer día allí.
Un ingeniero le indicó que tenía que arreglar una’hélice qu’estaban a cinco metros. Lo subieron en polea. Pendía de unos cables de puro acero. Llegando hasta arriba se empezó a rajar el arnés: locura invadía a José, contemplandosé caer al vacío. Parecía que pronto su cuerpo rodaría resquebrajado. Qué híbrido el momento de gritar “¡Me caigo!”.
Como sospechaba, sucumbió desparramado y quebradizo al caer de modo súbito. Rotas piernas y vísceras resentidas constituían ahora su cuerpo. La ambulancia llegó a la hora. Desmayado yacía José
Se lo llevaron para’bajo a la sala de emergencia. El gerente mirólo con cara de póker.
“El cabro no pué laburar más: A tu casa te vai a descansar, weón”.
Así, José se jubiló con 21 años, sin trabajo, sin salud, sin progreso, sin el pan y sin la torta.
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